Ahora que he iniciado de nuevo Dr. House, es inevitable pensar en ese capítulo donde suena No Surprises de Radiohead. Una canción melancólica, que encapsula la crítica a la vida moderna y la búsqueda de paz desde la resignación. En ese episodio, el desgaste emocional de la vida cotidiana, la presión social y el deseo de encontrar tranquilidad se presentan como una constante lucha interna, donde la paz parece inalcanzable o peor aún, sinónimo de desconexión total.
La escena queda sonando. La canción también. Y lo que parecía solo un momento melancólico se convierte en otra cosa: una pregunta que incomoda. Una idea que lleva tiempo rondando. Camus tenía una forma cruda de decirlo. El mito de Sísifo plantea el suicidio como el único problema filosófico verdaderamente serio. Si la vida no tiene un sentido propio, ¿por qué no acabar con el sufrimiento de una vez? Camus argumenta que el universo es indiferente a nuestra existencia, y esa falta de significado es el origen del absurdo. Vivimos buscando respuestas en un mundo que no las ofrece. Y cuando lo que le daba sentido a nuestra vida desaparece, ganamos la razón para morir. No porque lo queramos, sino porque todo lo demás se vuelve vacío. En ese punto, el suicidio deja de ser una tragedia y se convierte en una opción lógica.
Pero Camus también habla de otra forma de escapar al absurdo: el suicidio filosófico. La idea de inventar significados trascendentes para no enfrentar el vacío. La religión, las ideologías extremas y los dogmas son intentos de darle un propósito a lo que no lo tiene. Es un mecanismo de defensa contra la angustia de existir. Sin embargo, Camus lo rechaza. No se trata de inventar una razón para vivir, sino de aceptar que no la hay.
Y ahí es donde entra la verdadera rebelión. Si la vida es absurda, la única respuesta válida no es huir ni resignarse, sino abrazarla con todo lo que implica. Aceptar su falta de sentido y aun así vivir con alegría, con pasión, con la determinación de exprimir cada instante. Enfrentar lo absurdo sin buscar consuelo ni engaños. Vivir no porque tenga sentido, sino porque estamos aquí y podemos hacerlo.
En muchos momentos, la rutina puede adquirir un peso abrumador. La repetición de los días, el silencio de ciertas preguntas sin respuesta, y la ansiedad como una niebla constante hacen que todo parezca perder forma y significado. En ese contexto, la vida moderna no siempre ofrece un respiro; más bien, intensifica el sinsentido. Pero incluso ante esa percepción del vacío, existe otra salida que no es ni la evasión ni la resignación: la rebelión. No desde un optimismo ingenuo, sino desde una aceptación lúcida del absurdo. Aceptar que nada tiene sentido y, aun así, elegir vivir. No por fe, no por promesas futuras, sino por la decisión firme de experimentar cada instante, aunque duela, aunque pese. Y si cada día es parte de un juego absurdo, tal vez lo único que nos quede sea hacerlo nuestro, tomar las piezas rotas, el tablero incierto, y seguir jugando con la conciencia de que el valor está en el acto mismo de seguir.
Y si vamos a estar aquí, bien podríamos jugarlo hasta el final.
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